Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación.
En esta columna presentaré los argumentos por los cuales pienso que la jubilación no debe ser tenida en cuenta a la hora de planificar nuestro futuro, dado que fue creada y pertenece a un mundo y a una manera de pensar que ya no existe.
Frente a este vacío, generar y auto gestionar nuestros ahorros deja de ser una posibilidad para convertirse en una obligación que toda persona responsable debe comenzar a practicar, más temprano que tarde, para mejorar o en el peor de los casos mantener su nivel de vida actual durante toda su existencia.
Pero además, el eliminar la jubilación de nuestro horizonte poseé una externalidad positiva adicional: permite aumentar el goce del momento presente y disminuye la infelicidad que causa vivir bajo la dictadura del sacrificio, al desvanecerse de nuestra mira el falso sueño del retiro como recompensa a una vida de privaciones.
Pero comencemos analizando el porqué de este cambio en función de las modificaciones producidas en el trabajo humano de los últimos tiempos.
La Tercer Ola y el cambio de paradigma
La dinámica con la que cambia el mundo es veloz: nuestra vida ha mutado enormemente en las últimas décadas, tal como afirma el visionario Alvin Toffler en su libro “La Tercera Ola” . Allí separa la historia productiva de la humanidad en 3 etapas distintas: la Primera Ola, correspondiente a la revolución agrícola (desde el año 8000 a.c. hasta el siglo XVII); la Segunda Ola, que surge entre los años 1650-1750 con la Revolución Industrial y se expande hasta 1970 aproximadamente y, finalmente, la Tercera Ola, en la cual nos encontramos inmersos en este momento y que se relaciona con la era de la información y la informática.
El cambio de la era industrial a la era informática es reciente: se dio hace apenas 43 años, un número insignificante si tenemos en cuenta la modificación del paradigma que, aún hoy, continúa gestándonse.
Ahora bien, este “choque de planetas” que significa el cambio de una era a otra, trae aparejado un alto número de cuestiones de suma relevancia. Como bien explica Toffler en su libro, esta Tercera Ola, desde el punto de vista económico, se caracteriza por los cambios que se producen en la etapa productiva, donde la producción en serie es complementada con la producción en series cortas. La producción ya no se dedica a hacer decenas de miles de ejemplares de un único producto, sino cientos de ejemplares de cientos de productos. Así encontramos productos cada vez más personalizados. En la Tercera Ola fundamentalmente se amplifica la fuerza mental del ser humano. Los sistemas cibernéticos, computacionales, de comunicación, internet, etc, funcionan como amplificadores de la fuerza mental. Por ejemplo, se pueden crear programas informáticos capaces de crear otros programas. Un paralelismo en la segunda ola sería el torno, ya que es una herramienta que permite crear otras herramientas.
Las preguntas que debemos hacernos y que analizaremos juntos en esta columna son: estamos preparados, mentalmente, para este proceso de cambio desde el punto de vista laboral y financiero? Cuáles son las creencias limitantes que ya no aplican en este contexto y a las cuales, pese a todo, seguimos aferrados perjudicando nuestra vida día a día?
La anécdota de los monos, la banana y el agua helada.
En un experimento realizado por Gordon Stephenson en el año 1967, cinco simios fueron encerrados en una jaula que contiene una escalera y una banana colgando del techo. En poco tiempo uno de los simios descubre que puede colocar la escalera debajo de la banana para subir y tomar la deseada fruta. Cuando lo intenta, el investigador conecta una manguera a presión que moja a todos los simios (incluido el osado) con agua helada.
Cuando otro mono intenta subir de nuevo, el investigador vuelve a conectar la manguera de alta presión y los empapa otra vez. Tras varios intentos frustrados, todos los simios aprenden que no deben acercarse a la escalera por más que deseen la banana, evitando de esa manera el castigo.
Entonces el investigador reemplaza a uno de los simios por otro nuevo. Al poco tiempo de haber llegado, este nuevo simio localiza la banana y la escalera, y naturalmente intenta subirse a la misma para alcanzarla. Sin embargo, tan pronto como se acerca a la escalera, los otros cuatro simios, anticipando lo que vendrá después, saltan sobre él para disuadirlo, golpeándolo violentamente para que desista de su comportamiento.
Los investigadores repiten luego este proceso sustituyendo uno por uno a todos los simios que sí recibieron la ducha fría a presión. Todos los nuevos simios son golpeados por los otros ante los primeros intentos de alcanzar la banana con la escalera, para que aprendan de esta manera que no deben hacer nada de eso bajo ningún motivo.
Cuando los investigadores sacan al último simio que recibió el agua fría y el sustituto es “adiestrado” por los demás, tenemos entonces que ninguno de los simios que ahora están en la jaula pasó antes por la experiencia de ser castigado con la manguera de agua fría por querer agarrar la banana con la escalera; pero aun así ninguno de ellos se atreve siquiera a acercarse a la misma.
Si el último preguntara a los demás “¿por qué me golpean cuando trato de agarrar la banana?”, estos se mirarían unos a otros perplejos, sin saber muy bien qué decir, hasta que finalmente alguno le diría “así es como siempre se han hecho las cosas por aquí”. La norma, una norma difícil de comprender, ya ha sido fijada hace mucho tiempo, y los nuevos simios se dedican, incluso con más diligencia que los cinco iniciales, a hacer respetar esa norma que ya nadie cuestiona.
Suena familiar? Mi teoría es que la mayoría de las personas se encuentran viviendo en este momento con normas que son de otra era, donde las cosas se hacían de manera distinta, perdiéndose con ello la posibilidad de adecuarse a la nueva ola donde las premisas son totalmente diferentes.
La teoría del sacrificio, la jubilación y otras normas antiguas.
En la Segunda Ola, es decir, en la era industrial, las cosas se hacían de una manera totalmente distinta. En primer lugar, no existía la informática (y por ende, Internet) con lo cual todo era mucho más trabajoso y complicado. Tener trabajo era poco más que una bendición y aquellos que accedían a él aceptaban trabajar 12 horas por día en fábricas y demás actividades que involucraban “ponerle el cuerpo” al asunto. Sumado a ello, las dos guerras mundiales ocasionaron destrucción y pobreza en varios de los actuales países desarrollados, haciendo que la vida fuese mucho más sacrificada de lo que lo es ahora.
La teoría del sacrificio es una de las teorías que más adeptos tiene en la actualidad. “Para lograr algo en la vida, hay que sacrificarse”, “No se logra nada sin sacrificio”, “Mi éxito se basa en un 99% de sacrifico y 1% de talento” son algunas de las frases escuchadas por todos, y que pocos discuten.
Pero… de qué hablamos realmente al pronunciar la palabra sacrifico? Según su definición, nos estamos refiriendo a una “acción que desagrada o no se desea hacer, pero que se hace por obligación, necesidad o altruismo.”
Atando cabos, llegamos a que la norma impuesta en la Segunda Ola o era Industrial (y que perdura en la actualidad) nos dice que para ser alguien en la vida hay que hacer cosas que uno no tiene ganas o le desagrada hacer, como una especie de obligación.
Pero el sacrificarse, el trabajar arduamente toda la vida, tiene una recompensa: la jubilación, ese supuesto momento de la existencia en el que disfrutaremos de lo hecho durante toda la vida y que, a mi juicio, representa una norma de otra era (en el mejor de los casos) o, directamente, una gran mentira.
La norma de la jubilación como zanahoria falla en cualquier de los escenarios posibles: es muy probable que a la hora de jubilarse el pago de nuestra jubilación dependa de cómo estén las finanzas globales en ese momento (con una crisis cada 5 años, como venimos teniendo, los pronósticos no son muy alentadores) o, en el caso de haber logrado reunir cierto capital para darnos los gustos que siempre quisimos, es probable que nos encontremos con que no tenemos la energía para hacer esas cosas que soñábamos en nuestra juventud o adultez y que postergamos a causa del sacrifico.
Cuando hablamos de la jubilación como meta deberíamos preguntarnos si no somos como los monos a los que adiestraron sus compañeros para que no hagan lo que realmente tienen ganas de hacer, influenciados por una norma de otra época que ya no aplica.
Frente a esto, buscar hacer lo que nos gusta, trabajar de lo que realmente queremos y no pensar que hay que sacrificarse ahora para disfrutar después puede ser un gran descubrimiento para muchos.
Esta nota fué escrita por Nicolás Litvinoff y publicada por el diario La Nación el 29 de Enero de 2013.
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