Buenos Aires, Argentina, 15 de Septiembre de 2014.
Luego de haberse sometido a la operación quirúrgica “Pesos para todos”, más del 90% de los argentinos no tienen recuerdo alguno de lo que es (o fue) el dólar.
Pareciera que nuca existió, ya que los pensamientos relacionados a la que supo ser la moneda de ahorro por excelencia de la población fueron extirpados de cuajo del cerebro.
Las denuncias impulsadas por lo que queda de la oposición acusando al gobierno de extorsión (al haber amenazado con la eliminación total de los subsidios de toda índole para aquellos que no aceptaran el proceso “patriótico” que la intervención quirúrgica implicaba) no prosperaron en el congreso, y la resistencia del principio fue virtualmente sofocada cuando los científicos locales más respetados aclararon que el someterse a la operación no dejaba ninguna secuela ni efecto secundario: todos los recuerdos asociados con el dólar directa o indirectamente desaparecen sin dejar rastros, y si el signo que identifica esa moneda o cualquier alusión a la misma fuese erróneamente captada por el cerebro, de manera automática pequeñas descargas eléctricas a través de los neurotransmisores instalados para tal fin son liberadas, con lo cual el sujeto en cuestión cambia automáticamente de tema y se olvida de todo.
Las importaciones también son parte del pasado, y los exportadores cotizan todo en pesos a un ente manejado por la SIDE (dirigida a su vez por Moreno) que actúa como nexo con los compradores externos, quienes de todas maneras están advertidos de la prohibición de nombrar la palabra dólar delante de los vendedores argentinos, bajo amenaza de colocarlos en la lista “negra” de clientes extranjeros a los cuales no se les puede vender.
Los resultados alcanzados por el gobierno son sorprendentes y han logrado incluso algo que nunca se pensó podía pasar en este país: las propiedades, los coches importados, los alquileres de los departamentos en las torres más exclusivas, los yates…todo cotiza en pesos.
Semanas atrás, me he puesto en riesgo quizá de manera excesiva (aunque no me arrepiento) al enterarme que dos turistas canadienses habían podido pasar por la aduana 50 dólares en billetes de 5.
Me sorprendí a mi mismo llamándolos primero y yendo al hostel donde se hospedaban luego para comprárselos.
A la primera mirada de desconfianza la siguió un ofrecimiento de venta de un máximo de dos billetes a 100 pesos cada uno.
Observé que el recepcionista del lugar telefoneaba con cara de preocupación cuando salía (con una sonrisa de felicidad indisimulable y mi compra escondida dentro de la media del pie derecho) pero prefiero no “perseguirme”: la sensación de libertad que tuve al llegar a mi casa, sacar los papeles y ponerlos arriba de la mesa para verlos desde distintos ángulos hacen que todo valga la pena.
Tampoco me engaño: se que me observan, investigan cada compra que hago, cada operación comercial, cada declaración de ganancias y hasta cada frase que escribo en mi Factbook (o en el muro de mis contactos) buscando algo con que enjuiciarme.
Gasto prácticamente todo mi sueldo en luz, gas y viajes en subte y colectivo, al no tener más acceso a los subsidios, pero ello no me importa ni me hace dudar de mi elección al no operarme.
Es otro el motivo por el cuál, pienso, terminaré cediendo y uniéndome a la gran mayoría que, con alegría contagiosa, recomienda pasar por “Pesos para todos”.
No poder ver los partidos del Racing Club de Avellaneda por TV me está matando. No creo que pueda vivir mucho tiempo más sin “Futbol para todos”.
Dicen que no duele.
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