Actualmente existen nuevas técnicas y datos para medir el bienestar y la satisfacción, como ser encuestas que se realizan a cientos de miles de personas en donde se les pregunta cuán felices o satisfechos están con sus vidas, con posibles respuestas en una escala entre muy insatisfecho y muy feliz.
¿Cuánta felicidad puede realmente el dinero comprar? ¿Cómo se mide la pérdida relativa de la felicidad que resulta de un telegrama de despido, un divorcio o un diagnóstico de enfermedad?
Los políticos se encuentran investigando el tema (mayor felicidad, más votos). La Comisión de Sarkozy (dirigida por economistas ganadores del Premio Nobel y patrocinado por el presidente de Francia) hizo un llamado a nivel mundial para el desarrollo de medidas más amplias de bienestar nacional. La idea es desarrollar indicadores que puedan ser comparados entre los países y en el tiempo, como el PBI (Producto Bruto Interno), pero en donde el punto focal no esté dado solamente por el nivel de ingresos.
Parece loable que la gente sea más feliz pero… la felicidad debe suplantar al crecimiento económico como un objetivo de la política del gobierno?
El reino de Bután ya utiliza “felicidad nacional bruta”, como la medida preferida de progreso. El gobierno británico tiene una oficina en Whitehall estudiando la manera de realizar un seguimiento de bienestar, utilizando como base la felicidad. Y en los Estados Unidos, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades están muy cerca de incorporar nuevas medidas de bienestar en las estadísticas nacionales de salud.
Aunque el éxito del modelo económico de EE.UU. ha sido impulsado por la iniciativa individual y el crecimiento económico, hoy en día, con millones de estadounidenses frente a la pérdida de empleos, ingresos y activos, parece ser un buen momento para encontrar mejores medidas.
Durante los últimos 10 años, Carol Graham ha estado estudiando la felicidad en todo el mundo, en países tan distintos como Afganistán, Chile y Estados Unidos. Su hallazgos más importantes tienen que ver con la increíble complejidad de la psique humana y la sencillez de lo que nos hace felices, siendo lo más notable la similitud de las fuerzas que impulsan la felicidad que se encuentran en diferentes países, independientemente del nivel de desarrollo de una nación.
En un estudio en el Perú y Rusia, Graham se dio cuenta que los encuestados que habían realizado mayores ganancias financieras en sus vidas eran también los más críticos de su situación económica, mientras que aquellos con menos ingresos fueron, en promedio, los más satisfechos. De ello se desprende que los triunfadores frustrados pudieron hacer grandes progresos, precisamente, porque la potencia del descontento es la que los impulsó en primero lugar.
Algunos patrones simples: un matrimonio estable, buena salud y suficiente (pero no demasiado) ingresos son buenos para la felicidad. La inestabilidad emocional que trae desempleo o divorcio son nocivos para el bienestar.
En promedio, las personas más felices son más sanos. Finalmente, la edad y la felicidad tienen una constante relación en forma de U, con el punto de inflexión a mediados y finales de los años 40, cuando comienza a aumentar la felicidad, siempre y cuando la salud y las uniones de pareja se mantengan.
Todo esto parece bastante lógico, lo que sugiere que si un gobierno quiere entrar en el negocio de la promoción de la felicidad, se puede tratar de lograr determinando objetivos de políticas directas como la salud, haciendo hincapié en el empleo y la estabilidad económica tanto o más que en el crecimiento económico.
Pero aquí viene la parte complicada. Si bien hay patrones estables en lo que lleva a la felicidad, hay también una notable capacidad humana para adaptarse a la prosperidad y la adversidad. Así las encuestas arrojan resultados asombrosos: las personas en Afganistán, un país asolado por la guerra y la pobreza en el mismo nivel que los países pobres de África, son tan felices como las personas en América Latina, donde los típicos indicadores sociales y económicos son mucho mejores.
En Kenia, por su parte, están tan satisfechos con la atención médica como los estadounidenses están con la suya.
Ser víctima de un delito hace que la gente sea infeliz, pero el impacto es menor si el crimen es una ocurrencia común en la sociedad, y lo mismo sucede con la corrupción y la obesidad. La libertad y la democracia también hace a la gente feliz, pero el efecto es mayor cuando están acostumbrados a esas libertades que cuando no.
La conclusión es que la gente pueda adaptarse a tremendas adversidades y conservar su buen humor, mientras que también pueden tener casi todo (incluyendo la buena salud) y sentirse miserables.
Una de las cosas que la gente tiene más dificultades en adaptarse es, sin embargo, la incertidumbre. La gente parece lidiar mucho mejor con una desagradable certeza que con la incertidumbre en terrenos de salud o de crisis económica.
Investigaciones recientes muestran por ejemplo que la felicidad media en los Estados Unidos se redujo significativamente a medida que el Dow Jones bajó con el inicio de la crisis financiera en 2008. Según los cálculos, la felicidad cayó un 11 por ciento en comparación con sus niveles pre-crisis, alcanzando su punto más bajo a mediados de noviembre de 2008.
Pero cuando el mercado dejó de caer y una cierta estabilidad se restauró en marzo del 2009, la felicidad media se recuperó mucho más rápido que el Dow Jones. En junio superó su nivel pre-crisis. Una vez que la incertidumbre terminó, la gente parecía ser capaz de volver a los niveles de felicidad anteriores.
Otra conclusión interesante es que si la gente puede estar feliz con menos dinero, también puede estar infeliz con más.
Esta es la paradoja del crecimiento infeliz.
El economista Eduardo Lora encontró que en países con niveles similares de ingreso per cápita, los encuestados que experimentan mayores tasas de crecimiento económico son, en promedio, menos felices que aquellos con un menor crecimiento. Una explicación: El rápido crecimiento económico general aporta una mayor inestabilidad y desigualdad y que hace que la gente sea infeliz.
Es alentador saber que los estadounidenses han sido capaces de capear la crisis y volver a sus anteriores niveles de felicidad. Y es aún mejor saber que la persona promedio en Afganistán puede mantener la alegría y la esperanza a pesar de la situación del país. Esta capacidad de adaptación puede ser una cosa muy buena para un individuo y también puede dar lugar a la tolerancia colectiva de las condiciones que serían inaceptables para los estándares de la mayoría de la gente.
La comprensión de esta capacidad de adaptación nos ayuda a explicar por qué las distintas sociedades parecen aceptar diferentes niveles en salud, delincuencia y calidad en sus líderes, tanto dentro como entre países. Y sin la comprensión de estas normas, es muy difícil de diseñar las políticas para mejorar esas condiciones.
Fuente: Carol Graham “La felicidad en el Mundo: La paradoja de campesinos felices y millonarios miserables”.
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