Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación.
Hola Nico, ¿cómo estás? Acabo de llegar de Canadá, donde viví una experiencia increíble. Creo que vos sos el indicado para escucharla y transmitirla. Puede ayudar a mucha gente….”Del otro lado de la línea hablaba un ex compañero de la facultad. Quedamos en encontrarnos al día siguiente en un bar de Palermo. Apenas nos vimos, los recuerdos se apoderaron de nosotros. Repasamos brevemente nuestros días como estudiantes y luego viramos hacia temas banales, hasta que lo trivial dejó paso a lo verdaderamente importante. Ezequiel tenía para contarme una gran historia.”La historia del esquimal millonario”, así la tituló, muy seguro de que tenía todos los condimentos necesarios para entretener y, al mismo tiempo, enseñar sobre la administración del dinero y el manejo correcto de las finanzas personales.A continuación, la merecida transcripción de la historia:
A CANADÁ POR NEGOCIOS
De viaje por trabajo en Canadá, paré unos días en Toronto, el centro financiero y la ciudad más grande y poblada del país. La segunda noche, decidí tomar unas cervezas en un pintoresco bar llamado The Ossington, ubicado a pocas cuadras del hotel. El bar tenía réplicas de cabezas de animales hechas en plástico que colgaban de la pared y mesas y sillas de madera de roble muy fuerte.
La mitad de las mesas estaban ocupadas y la otra mitad prometía poblarse rápidamente. La música era agradable. Había llevado mi notebook y, mientras bebía una cerveza negra artesanal, revisaba distintos presupuestos que tenía que presentar al día siguiente.
De pronto, el ambiente se transformó. Pasamos de la calma que inspira la rutina a una ola de rumores y miradas que apuntaban directamente, con una mezcla de fascinación y temor, a un hombre grueso y de baja estatura acompañado por dos guardaespaldas.
Su color de piel se inclinaba hacia el café, aunque con tonos amarillos que le daban un aspecto avejentado. El cabello era negro, lacio y fino. Los ojos, medianamente rasgados, como si en su ascendencia se mezclaran occidentales con orientales.
Aunque no lo conocía, en segundos comprendí que el nuevo cliente era una celebridad, aunque no del tipo que abundan en la Argentina. Minutos más tarde, el mozo me ofreció un trago. ‘Gentileza de Ituko’, me dijo, y señaló con la vista al nombre misterioso. Por supuesto, yo no era el único invitado. Todos los comensales alzaban sus vasos en agradecimiento.
No resistí la tentación y le pedí al mozo que me presentara a Ituko. El mozo caminó hasta su mesa y el hombre, que percibió sus movimientos, lo frenó a la distancia con la palma de la mano, me miró y agachó la cabeza aproximándola a su cuello, permitiendo -casi ordenando- que me acercara a su mesa.
Me senté decido a tomar la palabra, pero de inmediato comprendí que era conveniente escucharlo. Ituko percibió mi acento y propuso charlar en español. Me contó que su nombre significa ‘GranCazador’ en groenlandés, una lengua esquimal, y que ante cada nuevo “amigo” -así me llamó- deseaba hacer honor a su nombre.
Me preguntó sobre mi nacionalidad y, con una sonrisa manifiesta, confesó que tenía negocios en la Argentina, aunque nunca había visitado nuestro país, por lo que quería conocerlo a través de mis ojos y no sólo de sus ganancias.
Algo intimidado por su interés, resumí en media hora mi lectura sobre la realidad económica del país. En ese lapso, sólo me interrumpió una vez, para comprender el porqué del dólar blue.
Finalizado mi relato, le pregunté por su historia de vida. Así fue como escuché, en un bar de culto de Toronto, una lección de finanzas personales.
Ituko había nacido en el sur de Alaska y pertenecía a los Yupik, una comunidad indígena esquimal. Acostumbrados a vivir en un clima hostil, donde el frío cala los huesos, los Yupik basan su economía en la caza de mamíferos marinos como focas, morsas y ballenas. Suelen conformar grandes familias nómades, donde la socialización respeta creencias ancestrales. Las madres Yupik rara vez retan a sus hijos: los consideran reencarnaciones de vidas anteriores.
Pero ese es un dato de color. La principal enseñanza para Ituko consistió en la capacidad de adaptarse al medio y aprender, por ejemplo, a diferenciar hasta 30 tonalidades de blanco distintas o discriminar distintos tipos de nieve para detectar cuándo un piso es sólido y cuándo no. Mi “amigo” también se jactaba de encontrar los mejores bloques de nieve para construir viviendas y de conocer los tiempos propicios para la caza de animales.
Cuando Ituko se mudó a Toronto en busca de una nueva vida, tal vez más civilizada, tal vez menos sufrida, enseguida entendió que en las grandes urbes capitalistas el dinero es -como la nieve para los esquimales- el objeto más importante a dominar para asegurarse la supervivencia.
Pretendió conocer los distintos tipos de dinero que existían, pero la respuesta era siempre la misma: dinero hay uno solo, es lo que te pagan por tu trabajo.
La respuesta no lo conformaba. Siguió investigando hasta que llegó a una definición importante que le abrió nuevas puertas: el éxito o el fracaso financiero se relaciona directamente con el manejo del ingreso.
Entonces, se dijo, debía haber maneras distintas de poner en práctica cada aspecto vinculado con el dinero. Tenía que ser capaz de hallar formas disímiles de ingreso para poder elegir de ellas las mejores, las que le permitieran construir su nueva vivienda.
A partir de la práctica, Ituko distinguió cuatro tipos de ingreso.
Ingreso lineal: es el tipo de ingreso más común, que se obtiene cuando se gana por hora trabajada. Para comprenderlo, Ituko comenzó lavando autos por su cuenta en el centro de Toronto. Lavar un auto le llevaba 20 minutos y cobraba por ello 10 dólares. En una hora, sin descanso, ganaba 30 dólares.
Ingreso multiplicado: es una variación del ingreso lineal. Se trabaja una hora y se reciben varias retribuciones por ello. Un psicólogo que realiza terapia de grupo o un vendedor que reúne a muchos clientes para hacer una demostración y logra que varios le compren al mismo tiempo son ejemplos claros de ingresos multiplicados. Ituko lo puso en práctica diseñando un sistema de mangueras y esponjas extensibles que le permitía lavar hasta tres coches al mismo tiempo.
Descubrir el ingreso multiplicado lo llevó a triplicar sus ingresos lineales al pasar a ganar 90 dólares la hora.
Ingreso pasivo: es un tipo de ingreso que no requiere de gran sacrificio y que no demanda nuestra presencia. Se obtiene comprando bonos de deuda o acciones preferentes, invirtiendo en plazos fijos, colocando dinero en fondos comunes de inversión o poniendo un comercio y dejándolo en manos de empleados. Ituko perfeccionó entonces sus máquinas y llevó a varios miembros de su comunidad para que trabajasen en el lavadero.
Las ganancias comenzaron a ser importantes y pudo contratar cada vez más y más gente. Luego, invirtió el dinero ganado en la Bolsa de Toronto.
Ingreso residual: se obtiene durante mucho tiempo por un trabajo puntual que se realizó una vez y no es necesario repetir. Las patentes de negocios, venta de servicios o bienes intangibles a través de Internet, alquiler de propiedades y cobro de regalías son ejemplos de ingresos residuales que muchas personas tienen y gozan. Para obtener ingresos residuales, Ituko patentó su modelo de lavado de autos, creó una marca atractiva, redactó los manuales de uso de las máquinas y creó una franquicia que vendió su formato a lo largo y ancho de la ciudad.
Ituko se convirtió en millonario y replicó este mecanismo a todos los negocios que emprendió de allí en más.
CONCLUSIÓN
Le agradecí a Ezequiel por contarme su experiencia, íntimamente vinculada con conceptos que hemos abordado en otras columnas.
“La historia del esquimal millonario” permite desarrollar algunos consejos interesantes en lo que refiere a la obtención de dinero
A CANADÁ POR NEGOCIOS
De viaje por trabajo en Canadá, paré unos días en Toronto, el centro financiero y la ciudad más grande y poblada del país. La segunda noche, decidí tomar unas cervezas en un pintoresco bar llamado The Ossington, ubicado a pocas cuadras del hotel. El bar tenía réplicas de cabezas de animales hechas en plástico que colgaban de la pared y mesas y sillas de madera de roble muy fuerte.
La mitad de las mesas estaban ocupadas y la otra mitad prometía poblarse rápidamente. La música era agradable. Había llevado mi notebook y, mientras bebía una cerveza negra artesanal, revisaba distintos presupuestos que tenía que presentar al día siguiente.
De pronto, el ambiente se transformó. Pasamos de la calma que inspira la rutina a una ola de rumores y miradas que apuntaban directamente, con una mezcla de fascinación y temor, a un hombre grueso y de baja estatura acompañado por dos guardaespaldas.
Su color de piel se inclinaba hacia el café, aunque con tonos amarillos que le daban un aspecto avejentado. El cabello era negro, lacio y fino. Los ojos, medianamente rasgados, como si en su ascendencia se mezclaran occidentales con orientales.
Aunque no lo conocía, en segundos comprendí que el nuevo cliente era una celebridad, aunque no del tipo que abundan en la Argentina. Minutos más tarde, el mozo me ofreció un trago. ‘Gentileza de Ituko’, me dijo, y señaló con la vista al nombre misterioso. Por supuesto, yo no era el único invitado. Todos los comensales alzaban sus vasos en agradecimiento.
No resistí la tentación y le pedí al mozo que me presentara a Ituko. El mozo caminó hasta su mesa y el hombre, que percibió sus movimientos, lo frenó a la distancia con la palma de la mano, me miró y agachó la cabeza aproximándola a su cuello, permitiendo -casi ordenando- que me acercara a su mesa.
Me senté decido a tomar la palabra, pero de inmediato comprendí que era conveniente escucharlo. Ituko percibió mi acento y propuso charlar en español. Me contó que su nombre significa ‘GranCazador’ en groenlandés, una lengua esquimal, y que ante cada nuevo “amigo” -así me llamó- deseaba hacer honor a su nombre.
Me preguntó sobre mi nacionalidad y, con una sonrisa manifiesta, confesó que tenía negocios en la Argentina, aunque nunca había visitado nuestro país, por lo que quería conocerlo a través de mis ojos y no sólo de sus ganancias.
Algo intimidado por su interés, resumí en media hora mi lectura sobre la realidad económica del país. En ese lapso, sólo me interrumpió una vez, para comprender el porqué del dólar blue.
Finalizado mi relato, le pregunté por su historia de vida. Así fue como escuché, en un bar de culto de Toronto, una lección de finanzas personales.
Ituko había nacido en el sur de Alaska y pertenecía a los Yupik, una comunidad indígena esquimal. Acostumbrados a vivir en un clima hostil, donde el frío cala los huesos, los Yupik basan su economía en la caza de mamíferos marinos como focas, morsas y ballenas. Suelen conformar grandes familias nómades, donde la socialización respeta creencias ancestrales. Las madres Yupik rara vez retan a sus hijos: los consideran reencarnaciones de vidas anteriores.
Pero ese es un dato de color. La principal enseñanza para Ituko consistió en la capacidad de adaptarse al medio y aprender, por ejemplo, a diferenciar hasta 30 tonalidades de blanco distintas o discriminar distintos tipos de nieve para detectar cuándo un piso es sólido y cuándo no. Mi “amigo” también se jactaba de encontrar los mejores bloques de nieve para construir viviendas y de conocer los tiempos propicios para la caza de animales.
Cuando Ituko se mudó a Toronto en busca de una nueva vida, tal vez más civilizada, tal vez menos sufrida, enseguida entendió que en las grandes urbes capitalistas el dinero es -como la nieve para los esquimales- el objeto más importante a dominar para asegurarse la supervivencia.
Pretendió conocer los distintos tipos de dinero que existían, pero la respuesta era siempre la misma: dinero hay uno solo, es lo que te pagan por tu trabajo.
La respuesta no lo conformaba. Siguió investigando hasta que llegó a una definición importante que le abrió nuevas puertas: el éxito o el fracaso financiero se relaciona directamente con el manejo del ingreso.
Entonces, se dijo, debía haber maneras distintas de poner en práctica cada aspecto vinculado con el dinero. Tenía que ser capaz de hallar formas disímiles de ingreso para poder elegir de ellas las mejores, las que le permitieran construir su nueva vivienda.
A partir de la práctica, Ituko distinguió cuatro tipos de ingreso.
Ingreso lineal: es el tipo de ingreso más común, que se obtiene cuando se gana por hora trabajada. Para comprenderlo, Ituko comenzó lavando autos por su cuenta en el centro de Toronto. Lavar un auto le llevaba 20 minutos y cobraba por ello 10 dólares. En una hora, sin descanso, ganaba 30 dólares.
Ingreso multiplicado: es una variación del ingreso lineal. Se trabaja una hora y se reciben varias retribuciones por ello. Un psicólogo que realiza terapia de grupo o un vendedor que reúne a muchos clientes para hacer una demostración y logra que varios le compren al mismo tiempo son ejemplos claros de ingresos multiplicados. Ituko lo puso en práctica diseñando un sistema de mangueras y esponjas extensibles que le permitía lavar hasta tres coches al mismo tiempo.
Descubrir el ingreso multiplicado lo llevó a triplicar sus ingresos lineales al pasar a ganar 90 dólares la hora.
Ingreso pasivo: es un tipo de ingreso que no requiere de gran sacrificio y que no demanda nuestra presencia. Se obtiene comprando bonos de deuda o acciones preferentes, invirtiendo en plazos fijos, colocando dinero en fondos comunes de inversión o poniendo un comercio y dejándolo en manos de empleados. Ituko perfeccionó entonces sus máquinas y llevó a varios miembros de su comunidad para que trabajasen en el lavadero.
Las ganancias comenzaron a ser importantes y pudo contratar cada vez más y más gente. Luego, invirtió el dinero ganado en la Bolsa de Toronto.
Ingreso residual: se obtiene durante mucho tiempo por un trabajo puntual que se realizó una vez y no es necesario repetir. Las patentes de negocios, venta de servicios o bienes intangibles a través de Internet, alquiler de propiedades y cobro de regalías son ejemplos de ingresos residuales que muchas personas tienen y gozan. Para obtener ingresos residuales, Ituko patentó su modelo de lavado de autos, creó una marca atractiva, redactó los manuales de uso de las máquinas y creó una franquicia que vendió su formato a lo largo y ancho de la ciudad.
Ituko se convirtió en millonario y replicó este mecanismo a todos los negocios que emprendió de allí en más.
CONCLUSIÓN
Le agradecí a Ezequiel por contarme su experiencia, íntimamente vinculada con conceptos que hemos abordado en otras columnas.
“La historia del esquimal millonario” permite desarrollar algunos consejos interesantes en lo que refiere a la obtención de dinero
- No existe un solo ingreso, así como para los esquimales no existe un solo tipo de nieve. Aprender a diferenciar entre las distintas formas de ingreso (en la clasificación, al menos cuatro) constituye el primer paso en la búsqueda de la independencia financiera.
- El ingreso lineal es sin dudas el más popular y, en general, el menos redituable. Es importante aprender de la experiencia que otorga el trabajo diario para crear luego plataformas de ingresos pasivos y residuales. Ese debería ser el norte de quien no quiere pasarse la vida trabajando.
- Hay que aprender a establecer normas de procedimiento de un negocio y delegar responsabilidades en otras personas. Es normal sentir que “nadie trabaja como uno”, pero para generar otros ingresos y alcanzar el éxito financiero se debe capacitar a terceros y confiar en ellos.
- Quienes aún adhieran al trabajo lineal, deben saber que, como explica el economista Thomas Piketty en su monumental obra “El Capital en el Siglo XXI”, los salarios son cada vez menores en relación con el crecimiento del capital. Además, gracias al valor que adquirieron las innovaciones tecnológicas, las empresas pagan cada vez menos por lo que se hace y cada vez más por lo que se sabe.
La migración hacia otro tipo de ingresos comenzó. No conviene quedarse afuera.
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