Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación
“El Gobierno no quiso ajustar, entonces ajusta el mercado”, “el mercado nos está diciendo que no confía en nuestra política monetaria”, “hay un guiño del mercado a Macri”.
Estas son algunas de las frases que leemos habitualmente en los medios y muchas veces repetimos como si entendiéramos para referirnos a la situación económica del país. ¿Pero sabemos exactamente de qué hablamos cuando hablamos del mercado?
En la columna de hoy intentaremos explicar este escurridizo concepto para poder decodificar mejor, ajuste mediante, nuestro presente económico.
Definición de “mercado” y su utilización en estos temas
La palabra mercado viene del latín mercatus, que tiene sus orígenes en el verbo mercari (comprar) y en merx (mercancía). También se la vincula con mercurio (dios del comercio) y comparte raíz con términos como mercadería o mercenario.
Más allá de su etimología, en economía se suele definir al mercado como “un recinto físico o virtual donde concurren oferentes y demandantes de un bien o servicio con el objetivo de interactuar entre sí”.
Con el fin de analizar los distintos tipos de mercado existentes, es común en las ciencias económicas plantear la potencial existencia de un mercado de competencia perfecta, donde ningún agente en particular puede influir en el precio del bien o servicio y tanto los vendedores como los compradores se los denomina “precio-aceptantes” porque no pueden manipular los valores. Claramente, este tipo de mercado representa una situación ideal y muy poco probable en un escenario real.
Podríamos entonces comenzar a adentrarnos en el tema afirmando que este mercado que nos ajusta o nos envía guiños es todo lo contrario a un mercado de competencia perfecta. Está representado más bien por un oligopolio financiero, es decir, un puñado de agentes (empresas e individuos) que, a partir de su tamaño y la fuerza de sus acciones, pueden influir notablemente en el ámbito comercial donde se desenvuelven.
Es importante entender la diferencia entre esto y una concepción más liberal que imagina al mercado como la suma de voluntades sin ningún tipo de comunicación entre sí ni de conductas premeditadas.
Ahora que tenemos más cartas sobre la mesa, demos un paso más.
Los big boys y “el mercado”
En el ámbito bursátil se conoce como big boys a los grandes inversores institucionales (bancos de inversión, hedge funds, etc.) que pueden por sí solos y de manera sincronizada influir en el precio de una o más acciones con el objetivo de generar una caída o apuntalar una suba.
Nadie puede negar que estos big boys carecen de motivaciones filantrópicas, pero tampoco me parece útil para este análisis caer en el facilismo de demonizarlos: son jugadores del mercado creados para maximizar beneficios minimizando sus riesgos. Escanean constantemente las Bolsas en busca de oportunidades.
Al relacionar a los big boys con “el mercado” nos estamos acercando más a la comprensión de este mundo, aunque necesitamos agregar un componente más: el poder de lobby que poseen gracias a su abultada billetera, lo que les otorga un marco institucional que les permite incluso calificar con aires de objetividad la deuda de los países e influir directamente en ciertos organismos de crédito mundiales. Por suerte, no en todos…
En rigor, los big boys no operan únicamente en los mercados financieros. Visten ropas algo diferentes, pero están presentes prácticamente en todos los mercados, aunque el sector financiero es sin dudas el más influyente de las últimas décadas en Estados Unidos, la mayor economía del mundo.
Llegado este punto, podemos arriesgar una definición: el mercado sería entonces un grupo homogéneo conformado por bancos de inversión, fondos de cobertura y demás instituciones financieras de relevancia que, desde su país de origen y usando como catapulta su capital casi ilimitado, buscan influir en los países periféricos para su propio beneficio.
Si esta tesis es correcta, podemos avanzar entonces hacia la conclusión, donde revisaremos las frases que dieron inicio a esta columna.
Conclusión
“El Gobierno no quiso ajustar, entonces ajusta el mercado”: ¿A los big boys les interesa que la Argentina ajuste su economía para que todos los argentinos podamos tener un futuro próspero? No lo creo. Según mi opinión, la reciente corrida cambiaria no se explica a partir de ese argumento tan cínicamente altruista como falaz sino por un simple tema de disconformidad con la tasa de rentabilidad que “el mercado” conseguía con su inversión en Lebacs.
Como esa tasa había caído al 25,65% anual en pesos (27% menos los cinco puntos de impuesto a la renta financiera) con una inflación real proyectada que sospechaban igual o superior, los grandes jugadores salieron a vender las Lebacs y reclamaron sus dólares para depositar su capital en un país con mejores perspectivas de renta, obligando al Gobierno a subir las tasas en pesos al 40% anual para que “revean su postura”.
“El mercado nos está diciendo que no confía en nuestra política monetaria”. Semanas atrás, advertí sobre lo ineficaz de la utilización de Lebacs para implementar políticas monetarias contractivas que frenen la inflación. Ahora, las tasas a un 40% (con su impacto nocivo en la actividad económica) ya no tienen ese objetivo, que mutó a uno más peligroso y dependiente: que los big boys no saquen sus dólares del país y dejen las reservas diezmadas.
Si el Banco Central quiere bajar las tasas, dependerá ahora de que el FMI le otorgue el préstamo que reponga los dólares que “el mercado” se va a llevar cuando ello ocurra.
“Hay un guiño del mercado a Macri”: Los big boys no tienen amigos, no cumplen más promesas que las que están obligados a cumplir (a veces, ni eso) y no ayudan a nadie más que a sí mismos.
Podés pasar de ser su “mejor alumno” a convertirte en un deudor serial (la Argentina de los ’90) de un día para el otro o viceversa (la banca de inversión americana JP Morgan definió al Bitcoin como una gran estafa el año pasado y ahora acaba de crear el puesto de Jefe de Estrategias en Criptoactivos).
“El mercado”, como se puede observar, no nos ayudará a estar mejor. Lo más conveniente es salir de esta situación por nuestros medios en lugar de alquilar un salvavidas que nos mantendrá a flote solo mientras tengamos para pagar la onerosa renta.
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