Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación
Semanas atrás, analizábamos la economía argentina basándonos en la parábola de la Marmota, y hacíamos alusión a la facilidad que tenemos los argentinos para tropezar una y otra vez con la misma piedra.
La secuencia de acontecimientos es más o menos así: el dólar está quieto, pero igual hay una inercia inflacionaria que impulsa al “cuotero” a sacarle brillo a sus tarjetas de crédito y disponerse a disfrutar la vida en cómodas cuotas.
De golpe, el cielo se nubla y se desata la tormenta de la corrida cambiaria, el agua arruga y encoje los ingresos y el viento fuerte vuela los intereses de las deudas por las nubes. A nuestro amigo cuotero lo invade el estrés financiero y se promete cambiar hábitos y vivir con lo propio para no volver a sufrir las inclemencias climáticas.
Luego, casi por milagro, sale el sol que trae “pax cambiaria” y reaparecen los préstamos y las ofertas en cómodas cuotas. El buen cuotero olvida todas sus promesas y se dice a sí mismo: “Aprovechemos mientras dure”. Un segundo después, desempolva sus plásticos bancarios y los pone en acción.
Esta dinámica absolutamente perniciosa descansa en un sistema de creencias equivocado. Son esas falacias las que hoy intentaremos desmitificar.
Falacia 1: “Cuesta lo mismo pagar en efectivo que en 6 cuotas sin interés”
Existen comercios que ofrecen un determinado producto a, por ejemplo, 5000 pesos en efectivo o 6 cuotas fijas de 833 pesos. El buen cuotero no lo piensa dos veces: saca velozmente su tarjeta y se retira contento con su compra sacando cálculos de cuánto supo ahorrarse con la operación, proyectando una inflación mensual de por lo menos el 3%.
A las pocas cuadras, ve el mismo producto que compró a 4000 pesos en otra vidriera. ¿Qué sucedió? El comercio donde lo adquirió le había sumado un 25% al precio en efectivo sabiendo que al cuotero le importan más las cuotas que el precio final y le terminó cobrando un interés superior al 50% anual.
El buen cuotero no solamente sumó deuda a sus debilitadas arcas, sino que además pago cara la tentación y la falta de pericia para buscar las mejores ofertas (no necesariamente marketineras).
Falacia 2: “Pagando en 12 cuotas, las últimas 2 te las ahorrás por la inflación”
Supongamos ahora que al buen cuotero le ofrecen un pasaje en avión con destino a Rio de Janeiro en 12 cuotas fijas. Un primer error consistiría en confundir cuotas fijas con cuotas sin interés (que sean cuotas fijas solo nos dice que el valor de cada cuota será igual, pero nada nos dice del interés implícito en el precio de compra), aunque imaginemos que nuestro amigo ya está enterado de la diferencia y las empresas no lo engañan con estas licencias gramaticales.
El precio en un pago para el mes de enero es de 19.879 pesos. Al cliquear “métodos de pago”, surge la posibilidad de abonar en 12 cuotas de 2033 pesos cada una, lo que da un total de 24.953 pesos. La TEA (Tasa Efectiva Anual) es del 37,52%, por lo cual el buen cuotero saca pecho, carga los datos de su tarjeta en la página web, y se dice: “Las últimas dos cuotas me las paga la inflación”.
Por un lado, si bien la TEA es una medida más real que la TNA (Tasa Nominal Anual), no equivale al costo verdadero de la financiación. Para conocerlo, debemos pedir el desglose del CFT (Costo Financiero Total) -que en este caso asciende al 48,46% (casi 11 puntos más que la TEA informada)- y resulta muy superior a la inflación esperada por el Gobierno para 2019. En esta nota, explicamos cómo leer e interpretar el resumen de la tarjeta.
Por otra parte, la creencia de que las últimas dos cuotas van a licuarse por la inflación se basa en el supuesto de que pagaremos el total del resumen de la tarjeta todos los meses, sin pedir refinanciación. Al buen cuotero suele ocurrirle que a veces se desmadra y en su desorden no contempla la acumulación de los gastos que va efectuando, por lo que las cómodas cuotas se convierten en pagos incómodos y, sobre todo, imposibles de cancelar. La inflación , entonces, puede jugarle muy en contra si las tasas de interés son elevadas.
Falacia 3: “Si se puede pagar con tarjera lo hago, sino lo pagaré en efectivo, me da igual”
En 2001, Drazen Prelec y Duncan Simester, profesores de la escuela de negocios del MIT, en Estados Unidos, llevaron adelante una subasta de entradas para un partido de básquet de los Boston Celtics. Las entradas estaban agotadas y los investigadores querían saber cuánto estaban dispuestos a pagar los fans que se habían quedado afuera. A una mitad de interesados le ofrecieron la posibilidad de pagar con tarjeta de crédito. A la otra, solamente la opción en efectivo.
Los resultados fueron contundentes: el grupo que podía abonar con tarjeta ofertó casi el doble de dinero por entrada que el grupo limitado al pago en efectivo. La conclusión de los investigadores fue que los consumidores están dispuestos a gastar mucho más de lo que pueden o deben cuando no tienen que desprenderse inmediatamente del efectivo y pueden “bicicletear” su compra.
Sucede que las emociones y los sentimientos nos traicionan: al pagar con billetes, vemos cómo la billetera se pone cada vez más delgada. Surge una sensación de dolor que nos vuelve más conservadores y menos permeables a los deseos de gratificación pasajera.
Cuando pagamos con tarjeta de crédito, en cambio, se produce un desacople entre el momento del consumo y de pago que pone en riesgo nuestra salud financiera, pateando la sensación de dolor o temor para más adelante. Esta postergación del dolor hace que, a la hora de pagar la tarjeta, no la vinculemos directamente con aquel gasto caprichoso y sintamos que el dinero “se nos va de las manos” sin que podamos hacer mucho para evitarlo. De alguna manera, nuestra cabeza funciona como la de una mascota a la que su dueño reta por algo que hizo el día anterior: no puede vincular la reprimenda con aquella acción.
Conclusión
Esta columna no tiene como objetivo mofarse de las personas que eligen financiar la mayoría de sus compras con tarjeta de crédito. Todos alguna vez hemos cometido errores impulsados por la fiebre consumista del sistema y hemos gastado, al menos momentáneamente, por encima de nuestras posibilidades, hipnotizados por las “cómodas cuotas”.
Lo que venimos a hacer es desmitificar los argumentos que esgrimen quienes atentan contra su salud financiera y, muchas veces, pretenden que los demás los copien.
Nunca es tarde para cambiar los hábitos financieros. Si estás en problemas, empezá a cuestionar tus ideas. Así vas a tener el paraguas sano para capear el próximo temporal.
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