Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación
Pago de servicios en el segundo vencimiento, pago en cuotas con tarjeta de crédito, préstamos que ajustan por UVA y planes de autoahorro son solo algunos de los ítems de las finanzas personales donde la tasa de interés juega un papel fundamental. Del otro lado de la ventanilla también lo juegan plazos fijos, fondos money market, letras, bonos del Estado, títulos de deuda corporativos, préstamos otorgados a otros particulares y un largo etcétera.
El problema radica en que la mayoría de la población rehúye de todo lo que implique aprender la naturaleza de esos intereses. La gente considera que el tema es muy complejo y prefiere pagar el costo del desconocimiento o la ignorancia financiera, aunque en realidad no toma dimensión de lo alto que resulta ese costo.
En la columna de hoy analizaremos cómo se originan los intereses para lograr una mejor relación cualitativa y cuantitativa con el dinero, en un escenario donde comprender unos pocos conceptos puede marcar una diferencia real y positiva. La nuestra es una economía financiarizada y hay que aprender a vivir con ello.
Concepción histórica de la tasa de interés
En los inicios de la tradición cristiana el cobro de intereses era un pecado. A diferencia de lo que ocurre en la actualidad, la culpa apuntaba al acreedor (el que presta) y no al deudor (el que debe). Se consideraba que, si el rico tenía cubiertas sus necesidades, el resto del dinero ya no era de su propiedad y tenía obligación de cederlo. Quienes acumulaban excedentes de capital eran deudores de la sociedad y debían donar el dinero extra.
Luego, en la Edad Media la doctrina se mantuvo, aunque los argumentos tomaron un giro curioso: dado que el interés se vincula directamente con el tiempo y el tiempo es considerado una propiedad divina, cobrar por el uso temporal de dinero ajeno era considerado lucrar con la propiedad de Dios. Por lo tanto, el cobro de intereses fue prohibido bajo pena de excomunión.
Durante el Renacimiento la situación comenzó a cambiar. Los préstamos dejaron de tener como único destino el consumo y comenzaron a jugar un rol importante en la prosperidad de ciudades y regiones. En la Escuela de Salamanca se sostenía que si el que recibía el préstamo obtenía beneficios con el dinero, quien otorgaba ese préstamo tenía derecho a quedarse con una parte de ese beneficio, puesto que no solo corría un riesgo al prestarlo, sino que además perdía la oportunidad de beneficiarse utilizando ese capital. Así nacía el concepto de “costo de oportunidad del capital”.
Estas nuevas miradas sientan la base del dinero como mercancía que puede ser comprada, vendida o alquilada como cualquier otra. Puesto que el individuo preferirá siempre recibir un bien determinado en el presente y no en el futuro, postergar ese deseo del acreedor obliga al deudor a pagar un valor a cambio del préstamo.
En la actualidad, los tipos de interés (rectores o guías de las tasas) están totalmente institucionalizados, al punto de erigirse como una de las herramientas más importantes para los bancos centrales, que elevan o reducen los tipos con distintos objetivos, como los de alentar o ralentizar la actividad económica.
Cuando una economía se encuentra creciendo a tasas consideradas excesivas, el Banco Central sube la tasa de interés de referencia para ralentizar la expansión y evitar efectos no deseados, como puede ser una disparada de la inflación. Por el contrario, cuando una economía se encuentra estancada o en recesión, la autoridad monetaria las tasas de interés para estimular la inversión y atizar el crecimiento.
Aunque podemos pecar de ser lineales, el razonamiento es simple: tasas de interés más altas disminuyen en teoría la inversión en los sectores productivos, puesto que, por un lado, los agentes económicos prefieren colocar su dinero en los bancos -que aseguran una alta rentabilidad en esa moneda- y los consumidores postergan parte de sus compras para incrementar sus ahorros. Por otro lado, las altas tasas desalientan la toma de préstamos para consumo y para inversión productiva, puesto que tomar deuda implica pagar bastante más de lo solicitado en el futuro inmediato.
En cambio, las tasas bajas estimulan la solicitud de créditos para el consumo y la inversión productiva debido a que los agentes económicos no se ven atraídos por los intereses que pagan las entidades financieras y es bajo el costo de oportunidad que implica no destinar el capital a inversiones especulativas.
¿Qué está pasando en el mundo con las tasas de interés?
A nivel internacional es muy curioso lo que sucede hoy. La mayoría de las principales potencias, con Alemania y Japón a la cabeza, atraviesan una situación de tasas de interés negativas. Sus bancos centrales no solamente no pagan por el dinero que reciben, sino que cobran un porcentaje de lo depositado por los agentes económicos. Este fenómeno de intereses negativos se produce en un contexto de estancamiento económico o contracción monetaria.
Estados Unidos, por el contrario, hace honor a su fama de “locomotora del crecimiento global” al ser una de las pocas potencias en retribuir a los agentes económicos que compran sus Bonos del Tesoro a 10 años con un interés positivo, aunque bajo. Actualmente pagan alrededor del 2,50% anual en dólares, prácticamente la misma tasa que paga Argentina por colocaciones a 3 meses.
¿Qué interpretación podemos hacer del contexto global de las tasas de interés? Como vimos hace unos meses en la columna “5 indicadores claves que todo inversor debe conocer“, las tasas de rendimiento que ofrecen los bonos de EE.UU. en función de su período de vencimiento (un año, tres, diez, etc.) son un interesante indicador de potenciales riesgos de recesión económica. Si a medida que aumenta el plazo sube la tasa anual que pagan, podemos decir que el mercado entiende que la economía está sana. Si, por el contrario, la tasa se mantiene igual o incluso baja a medida que se alargan los plazos de vencimiento de los bonos, el pronóstico de los actores del mercado indica que se avecina una recesión. Lo vemos, por ejemplo, cuando la tasa anualizada del bono a tres meses supera a la del Treasury a 10 años. Este rendimiento contradice la lógica, puesto que se supone que quien le presta su plata a largo plazo a otro le exigirá un mayor interés por año que si le prestara el dinero a corto plazo, dado que se le retiene el dinero por más tiempo y el riesgo de no cobro es mayor. El temor a una crisis inminente explica este fenómeno: a corto plazo temo no cobrar lo pactado, pero a largo plazo pienso que todo se solucionará y cobraré normalmente el dinero invertido o prestado.
Por otra parte, el hecho de que varias de las potencias ofrezcan tasas de interés negativas hace que la demanda de Treasury Bonds de EE.UU. aumente (por ser de los pocos que pagan tasas positivas), lo cual eleva su precio en el mercado y, al mismo tiempo, reduce sus tasas de interés en relación con ese precio.
En resumen, el escenario actual de tasas de interés nos dice que existe una seria posibilidad de que la economía global entre en recesión en un horizonte de seis meses a un año y medio.
¿Qué está pasando en Argentina con las tasas de interés?
En julio del año pasado alerté sobre el riesgo de vivir en el país de las tasas de interés más altas del mundo. En ese entonces, la tasa de referencia era de “apenas” 40% anual, mientras que ahora parece ir camino a duplicar esa cifra y lo que es peor: no hay perspectivas de que baje en el corto plazo.
En lo que refiere a las tasas, estamos a contramano del mundo: mientras que afuera hay una tendencia hacia valores neutros o negativos, fronteras adentro se encuentran por las nubes. Mientras afuera se preocupan por la deflación, acá orillamos la hiperinflación. Las malas noticias no terminan ahí: si efectivamente el mundo entra en recesión, aumentará la probabilidad de que se nos corte la única fuente de financiamiento que nos queda, el FMI.
Conclusión
El problema de las tasas de interés nos lleva a plantear un panorama desalentador, pero es la realidad que nos toca vivir y negarla sería lo peor que podemos hacer.
¿Hay gente que niega la realidad? ¿Cómo lo hace? Tomando cualquier tipo de préstamo, por ejemplo. Se compromete a pagar intereses usureros e inventa fórmulas mágicas para pagarlos soñando con un porvenir que no llegará rápido, menos si elige el camino del endeudamiento. Esta conducta nociva se observa en tomadores de préstamos hipotecarios, créditos al consumo y a sola firma, pagos mínimos con tarjeta de crédito, pagos en cuotas sin leer con rigor el contrato, adelantos de cuenta corriente, giros en descubierto y más.
El saber es poder. Informate y utilizá tu poder de análisis con espíritu crítico para pasar cuanto antes de la posición de deudor a la de acreedor. Las tasas altas te lo piden a gritos.
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