Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación
Sé que muchos están esperando al mesías que venga y les diga qué tienen que hacer con su dinero en épocas de crisis. Invertí acá, comprá esto, vende lo otro, dólares sí, dólares no. Lo cierto es que esa comodidad, como ya hemos visto, en contadas ocasiones sale bien. Delegar el manejo de los ahorros que son fruto del esfuerzo laboral no suele ser lo más conveniente. ¿Acaso tiene sentido rendirse ante la comodidad justo cuando se trata de cuidar aquello que tanto nos costó conseguir?
Para quienes se dejan guiar por los cantos de sirena de aquellos que recomiendan inversiones como si se tratara de recetar paracetamol, hoy repasaremos tres apuestas que pueden terminar muy mal:
1) Comprar acciones: Desde que se comenzó a hablar de “ajuste”, la inversión en acciones de empresas que cotizan en la Bolsa dejó de ser atractiva, sin importar cuánto puedan rebotar en el corto plazo después de una abrupta caída.
En la economía y la plaza financiera, el ajuste sigue este camino: cae el poder adquisitivo de la población, disminuye la demanda agregada de la economía, bajan considerablemente las ventas de las empresas, sus resultados financieros sienten el impacto, los balances decepcionan a los inversores, hay venta generalizada de acciones, los precios de las acciones se derrumban. La inversión en renta variable (acciones) solo es aconsejable en tiempos expansivos de la economía o cuando se vislumbra el final de la crisis, cuando creemos que de verdad lo peor ya pasó.
Lamentablemente, por más que desde el Gobierno anuncien constantemente la aparición de “brotes verdes” y una baja de la inflación en el futuro inmediato, lo cierto es que cada dato económico que se da a conocer contradice los pronósticos oficiales. De hecho, si la balanza comercial arroja un resultado positivo no es porque se estén exportando más productos sino porque se importa mucho menos por la caída de la actividad económica y por falta de dinero.
Hace rato que los pronósticos optimistas se transformaron en una expresión de deseos vacía y carente de argumentos. Salir a ponerle el pecho al mercado tratando de comprar acciones en el piso de la caída es deporte de alto riesgo que desde aquí aconsejamos evitar.
2) Ladrillos: Para muchos es la inversión más segura, la que nunca falla. Sin embargo, la peligrosa combinación de inflación y estancamiento, conocida en economía como estanflación, produce cambios muy importantes en la lógica económica que no deben ser obviados para aquel que tenga un excedente de dinero para invertir.
Las razones por las cuales las propiedades (ya sea desde el pozo o para compraventa de segunda mano) no constituyen una buena opción hoy se vinculan con el doble efecto negativo que mencionamos: por un lado, la inflación eleva semana a semana el costo de los insumos utilizados en la construcción; por el otro, la escalada del dólar hace que el sueño del techo propio se vuelva cada vez más inaccesible para la mayoría de la población. Alguien podría argumentar que el negocio está en construir para después alquilar el inmueble, una práctica de larga data en nuestro país, pero yo le aconsejaría que lo piense dos veces: la suba de impuestos y la mencionada pérdida de poder adquisitivo producen una profunda caída en la rentabilidad de esta inversión para el propietario. De hecho, actualmente esa rentabilidad cayó a niveles mínimos en décadas.
3) Plazos fijos: Nada más cómodo que invertir los ahorros en un plazo fijo. No hay que analizar ninguna empresa, sabemos de antemano cuánto y cuándo vamos a cobrar y podemos realizar la operación muy fácilmente desde nuestra computadora o smartphone. Pero, una vez más, estaremos pagando muy caro la comodidad.
En primer lugar, el amante de los plazos fijos ignora que el destino de su dinero no es aquel conservador que tradicionalmente tuvieron estos instrumentos, sino que conllevan un riesgo mayor. En función de su razón social, los bancos deberían tomar el dinero que el público deposita en plazos fijos y prestarlo a empresas e individuos cobrándoles una tasa superior a la que les pagan a los ahorristas para obtener ganancias con ese pasamanos. De esta manera, además, atomizarían el riesgo de sus créditos al tener muchos deudores.
Hoy por hoy eso no sucede: el crédito prácticamente desapareció, no hay posibilidad de reactivación económica por esa vía y casi todo lo que reciben los bancos se destina a la compra de Leliqs (Letras de Liquidez) del Banco Central. Esto significa que los ahorristas le prestan su dinero al Banco Central y los bancos son meros intermediarios que se benefician con la diferencia entre las tasas que pagan y las que le cobran al Central. Por lo tanto, el deudor es uno solo y debe cada vez más dinero, con lo que se vuelve más riesgoso prestarle dinero.
En segundo lugar, la escalada inflacionaria y la devaluación del peso producen el tristemente conocido “efecto licuadora” sobre este tipo de inversiones, que, en lugar de brindarles un mayor poder adquisitivo a los ahorristas, se devalúan frente a los precios y el dólar. El riesgo en este caso no pasa por la posibilidad de no cobrar el dinero depositado en el banco, sino que se licúen nuestros ahorros porque la tasa que cobramos (hoy día alrededor del 43%) es inferior a la inflación y a la suba del dólar.
Conclusión
El que quiera, puede seguir esperando al mesías que le diga en qué invertir. El que no, puede reflexionar sobre la base de lo expuesto y pensar primero si conviene posicionarse en pesos o en dólares. Y si la conclusión es dólares, si prefiere la comodidad de atesorar billetes o su intención es generar ingresos pasivos en esa divisa, como aquí recomendamos.
Es hora de embarrarse y estudiar más el asunto. El tiempo que le dediquemos será bien pagado por nuestros propios ahorros. Las crisis son recurrentes en la Argentina y solo salen airosos e incluso mejoran su posición quienes comprenden que hacerse cargo de sus finanzas personales es un buen negocio
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