Especial de Nicolás Litvinoff para el Diario La Nación
Quienes estamos en finanzas desde hace tiempo sabemos que no se puede pensar la rentabilidad de una inversión sin tener en cuenta su riesgo potencial y que el axioma “a mayor rentabilidad esperada, mayor riesgo” es prácticamente inquebrantable.
Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de riesgo? Cinco años atrás, en este mismo espacio, realizamos una aproximación al tema. Hoy vamos profundizar el análisis en lo que refiere exclusivamente a las inversiones. Partiremos de la premisa que da título a esta columna: existe un tipo de inversión floja de papales y es aquella en la que no sabemos lo que estamos haciendo.
Veamos cómo un abordaje sobre lo que no hay que hacer puede servirnos en nuestras inversiones.
Definición de riesgo para las finanzas clásicas
Los libros sobre mercados suelen afirmar que el universo de activos financieros puede dividirse en dos: por un lado, están los activos libres de riesgo; por el otro, los riesgosos.
Sostienen que los bonos del Tesoro de EEUU a 10 años (treasury bonds) deben ser considerados activos libres de riesgo, puesto que su emisor tiene la potestad de imprimir los dólares necesarios para pagar el capital y los intereses, independientemente de sus desequilibrios fiscal y comercial y de su nivel de endeudamiento.
Sabemos que podrían ocurrir catástrofes capaces de sembrar dudas sobre su capacidad de pago, pero por convención se dice que esos bonos representan una inversión libre de riesgo (risk free).
Distinguidos los activos libres de riesgo, basta con alzar la mirada al otro lado de la calle para toparnos con los activos que conllevan mayor o menor riesgo de cobro. Son aquellos que no pueden imprimir billetes para pagar todo lo que deben, puesto que sus deudas están nominadas en monedas que no emiten o que solo fabrican parcialmente.
A estos activos el colectivo cada vez más grande y heterogéneo llamado “mercado” les calcula constantemente una prima de riesgo para negociar su precio. La prima de riesgo no es otra cosa que la tasa de rentabilidad esperada para un activo con riesgo en relación con un activo libre de riesgo.
Por ejemplo, al momento de escribir esta nota un bono del Tesoro a 10 años tenía un rendimiento de casi 1,50% anual. Esto quiere decir que, si un bono emitido por la empresa Coca-Cola se negocia en el mercado con un rendimiento del 3,50% anual, su prima de riesgo es del 2%.
De esta manera, podemos concluir que una inversión que prometa altos rendimientos reflejará una prima elevada y el mercado la considerará riesgosa.
Hasta aquí, la definición clásica de riesgo en el mundo de las inversiones. Lo que propongo ahora es tomarla para analizar la inversión cuando está floja de papeles y carece de fundamentos reales. Se apoya, por lo general, en motivos emocionales (codicia, búsqueda de estatus, deseo de estar a la moda) y afecta a la mayoría de los inversores, especialmente a quienes eligen la renta variable: acciones y bitcoins.
La inversión floja de papeles
El verdadero riesgo está en no saber lo que se está haciendo. Si lo repetimos es porque debemos grabarnos a fuego esta frase y repasarla antes de hacer cada inversión.
El riesgo es siempre antipático a la hora de invertir. Por ello, solemos tratar de minimizarlo, aunque muchas veces no nos demos cuenta.
Con el bitcoin se repite un error típico y molesto: muchos inversores confunden riesgo con volatilidad.
Es indiscutible que el bitcoin es un activo volátil: sube de 29.000 a 58.000 dólares en menos de dos meses y luego cae más de 20% en dos días. Tiene variaciones de precio muy pronunciadas en poco tiempo, pero lo cierto es que quienes la hayan comprado en cualquier momento de los últimos 10 años y mantuvieron la posición de largo plazo sin importar su volatilidad ganaron muchísimo dinero.
No obstante, me atrevería a decir que es mucha más la gente que perdió dinero con el bitcoin que la que puede asegurar que ganó. ¿Cómo se puede perder dinero con un activo que experimentó tamaña revalorización a lo largo el tiempo? La respuesta es simple: asustándose y vendiendo en alguna de las tantas caídas momentáneas de precio que tuvo.
Lo que diferencia a las pocas personas que ganaron (y mucho) con el bitcoin de las muchas que perdieron dinero fue que los primeros, ya antes de invertir, estudiaron bien el asunto, entendieron el potencial disruptivo de la cadena de bloques blockchain (la tecnología que hay detrás del bitcoin), asumieron que iba a haber volatilidad en el camino y nunca dudaron del potencial de largo plazo, ni siquiera durante las caídas más severas.
En cambio, la gran mayoría de los que perdieron compró sin entender bien de qué se trataba. Eran personas entusiasmadas por la suba de precios del bitcoin o animadas por alguien cercano que compró antes y que les contó lo que llevaba ganado. Nada más duro que ver una fiesta por la ventana en una noche de lluvia y viento.
Lo cierto es que, cuando el precio cayó fuerte, se dieron cuenta de que no sabían muy bien dónde habían puesto el dinero y salieron a malvender sus posiciones, algo que todo plan de inversión debe evitar.
Este mismo ejemplo puede extrapolarse a cualquier inversión a fin de detectar las apuestas flojas de papeles.
Es importante entender bien dónde se invierte y cuáles son los riesgos de una inversión puntual, así como también de dónde sale el dinero para pagar las rentabilidades prometidas cuando corresponde.
Otro caso real que se relaciona con el bitcoin (aunque no es una inversión directa en la criptomoneda) es el de las plataformas que ofrecen rentabilidades del 10% mensual para quienes acepten invertir a través de sus bots de trading (el bot es un robot que invierte de corto plazo en los mercados financieros siguiendo ciertos patrones algorítmicos o supuestas señales de compra y de venta que dan los activos a través de los gráficos de cotización).
Esas promesas de ganancias extraordinarias atraen a muchos inversores ajenos al rigor, quienes solo se preocupan por conocer a otra persona que haya invertido recientemente mediante los mismos bots y percibido el monto prometido, sin entender que, cuando los mercados están en fase alcista, esas ganancias pueden obtenerse en el corto plazo, pero las pérdidas son abismales cuando sobrevienen las bajas.
En consecuencia, sin saber cómo se originan las ganancias prometidas ni si son sostenibles, estos inversores cometen el error de apostar a los bots con la esperanza de ganar mucho dinero, pero en poco tiempo terminan viendo cómo su dinero desaparece casi en su totalidad a causa del retroceso del mercado en su conjunto y del apalancamiento, debido a que los day traders suelen operar tomando dinero prestado para potenciar sus inversiones, pero asumiendo un riesgo alto cuando el mercado se torna bajista.
Cualquier estudio desinteresado y elaborado a conciencia cuestionará este tipo de inversión por demás riesgosa.
Conclusión
En muchas ocasiones las personas quieren invertir sus ahorros en algo distinto de los tradicionales ladrillos o los plazos fijos, pero sienten que no tienen tiempo de hacerlo ni ganas de estudiar la naturaleza de las acciones y las criptomonedas, sus recorridos y los escenarios actuales, como para destinarles dinero.
Si la pereza realmente domina, lo mejor es evitarlas por más que algunas se hayan mostrado muy rentables en 2020, contra viento y pandemia.
Para quienes quieran dedicarles tiempo y energía, deben saber que existe un amplio menú de activos muy interesantes esperando afuera y que prometen con argumentos sólidos buenas ganancias en el largo plazo, pero el conocimiento será la clave para elegirlos y no asustarse cuando golpee un temporal.
Eliminar el riesgo es imposible, pero la tormenta se puede capear si se eligen bien los activos financieros donde destinar los ahorros. Detrás de las acciones hay empresas, algunas realmente visionarias y con más fortalezas y cintura que debilidades.
Nadie dice que será cómodo. La zona de confort ni siquiera promete rendimientos reales positivos en dólares (son inferiores a la depreciación que viene experimentando el dólar en el mundo). Salir de ella es lo que debemos buscar si queremos hacer una diferencia, pero hay que hacer los deberes: estudiar para enriquecernos en lo material y, por sobre todas las cosas, en lo mental y espiritual.
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